China, desafío y oportunidad
Cuando sopla el viento del cambio, unos levantan muros, otros construyen molinos. Y ahora este viento sopla con la fuerza de un tornado. Porque son éstos tiempos de transformación. Tiempos en los que el equilibrio de poder, la distribución de la riqueza, la estructura de las sociedades, sus valores, sus tendencias y sus conocimientos cambian radicalmente en procesos vertiginosos y globalizados. Y ante los cambios hay dos alternativas: adaptarse o desaparecer.
El proceso de transformación y crecimiento que ha experimentado China desde la Gran Apertura de Deng Xiaoping en 1978 ha modificado por completo la correlación de fuerzas económicas y de poder del mundo. Lo que empezó como una anécdota marginal mientras el mundo debatía en los equilibrios de la Guerra Fría, y pasó inadvertido cuando Estados Unidos alcanzó la hegemonía tras la caída de la Unión Soviética, irrumpió abruptamente en el escenario mundial en la última década. Y a nadie se le escapa ya que cuando una mariposa bate sus alas en Pekín se generan huracanes en todo el planeta.
China es ya el mayor mercado del mundo, el principal consumidor de electricidad, petróleo, grano, smartphones y productos de decenas de otras categorías. La evolución de China es estable y, aunque recientes noticias hagan pensar a muchos que se ha acabado el milagro chino, lo que realmente ha ocurrido es que ha pasado a una nueva etapa: el cambio de un modelo exportador a otro en el que la demanda interna se convierta en el principal motor de su crecimiento. Es algo que ya se está produciendo, y aunque aún queda una larga marcha, lo logrará.
Quizá sea por su enorme población de aproximadamente 1.400 millones de habitantes. O quizá por su manía de trazar planes a largo plazo y trabajar con constancia uniendo fuerzas para el desarrollo y el progreso de su economía y su sociedad, en lugar de luchar por su propia autodestrucción como hacen, aunque por fortuna no siempre con éxito, otros países al este de tierras lusas de cuyo nombre no me quiero acordar.
Lo que sí está claro es que se ha desatado una competición mundial por ganarse la aprobación y el cariño de China, de sus dirigentes, sus empresas y sus consumidores. Y en esa carrera, por desgracia, España se sitúa aún muy por detrás de algunos de sus socios europeos. La impresionante bienvenida al presidente chino, Xi Jinping, en Reino Unido ha abierto un nuevo horizonte en sus relaciones, y llevado a los máximos mandatarios de países como Alemania o Francia a apresurarse a tomar unas cervezas o croissants bilaterales para postularse como los mejores amigos de China en Europa.
Un título que, como bien recordaba esta misma semana el tres veces embajador en China, Eugenio Bregolat, ostentó España durante muchos años, pero que, lamentablemente, ha perdido con el paso del tiempo. Y la razón es que muchas de las instituciones y empresas españolas han considerado a China como un país o un mercado más (y más difícil de comprender que otros) y no como una prioridad de primer nivel.
¿Qué puede hacer nuestro país, entonces, para convertirse en aliado preferencial de China? No es fácil, pero es posible. Y este viaje de mil millas empieza, como todos, con un primer paso: aspirar a una relación mutuamente beneficiosa a largo plazo en la que el respeto y la confianza sean las bases para la generación de intercambios económicos, sociales y culturales, y donde la comunicación sea la principal herramienta para conocer China y lograr que China descubra, aprecie y valore España, para buscar todo lo que ambos tienen en común en lugar de resaltar las diferencias.
Si las empresas, instituciones, consultoras y medios españoles se unen para demostrar, mediante toda su capacidad de seducción, todo lo que España tiene que ofrecer en el sector agroalimentario y el turístico, en energía e infraestructuras, en moda, industria, deporte y otros sectores de actividad, España podrá convertirse en uno de los principales aliados de China en el mundo, interlocutor preferente hacia América, capaz de generar riqueza compartida y desarrollar un intercambio enormemente positivo para las dos sociedades.
A España le interesa China, y a China le interesa España. Sería suicida no aprovechar esta oportunidad. Es momento de construir molinos y de derribar muros.
Carlos Sentís es director general de Henkuai, consultora especializada en China.
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